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2022-11-03 16:04:27 By : Mr. Jin Hua Lei

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No hay nada infinito, salvo la moda de la nostalgia y el regreso imposible a los ochenta. Pasa el tiempo y, como los Gremlins con el agua, las ficciones que regresan a esta época se multiplican. Quizás porque, al menos en el cine, todo era más fácil por aquel entonces. Para vivir a lo grande solo hacía falta un plan sencillo, una bicicleta, un galeón escondido y una pandilla. Perseguir un cadáver por las vías del tren, buscar un cofre perdido. Resolver un misterio, encontrar un Santo Grial para unir a unos mosqueteros que podían ser tres, cuatro o un puñado, pero iban todos a una.

«El cine de aventuras es soñar, y los sueños siempre van ligados a cosas mágicas, a buscar lo prohibido, lo que anhela todo el mundo», asegura Dani de la Torre, que estrena ‘Live is Life. La gran aventura’, una especie de ‘Cuenta conmigo’

que cambia un pueblo de Oregón por la Ribeira Sacra; como si ‘Los Goonies’, en vez de un tesoro, persiguieran una flor mágica por la verde Galicia.

El director de ‘El desconocido’, habitual de los thrillers, gira el timón, en este caso del género, por su madre, que cayó enferma y le pidió que dirigiera esta película. «Me dijo: ‘Hazla. Siempre estás con la violencia, los tiros y ese rollo, pero tú eres muy bueno. Eres muy buena persona, haz una película de esas’. Lo estuve pensando mucho y cuando murió supe que iba a hacerla. Tenía razón, me vino muy bien y fue una manera bonita de decirle adiós», reconoce el cineasta, que empieza a rodar la tercera temporada de ‘La Unidad’ (Movistar Plus+) a final de verano, justo esa época que inmortaliza por los cañones del Sil, donde no hay payasos acechando en las alcantarillas pero sí el misticismo de las meigas.

‘Live is life. La gran aventura’ es un viaje espacial pero también temporal. Sin Delorean ni condensador de fluzo, tan solo con el poder de la cámara, el director gallego vuelve a su infancia, a su tierra, a la casa de un padre que había dejado con la mayoría de edad y al que ha conocido realmente ahora. Regresa también a sus referentes, como cineasta y espectador, a esa «Biblia que forma parte de su ADN» en la que figuran desde Spielberg a Richard Donner, a los que homenajea incluso de forma inconsciente en el filme porque, al final, las historias que uno cuenta, dice, tienen que parecerse a las experiencias vitales: «Somos retales de lo que hemos vivido».

No suena el ‘Stand by me’ de Ben E. King, pero sí el ‘Live is Life’ de Opus, del que la película, que como todo tributo debe caminar entre la fina línea entre el homenaje y el pastiche, copia el título.

Se mantiene, sin embargo, la inocencia del cine de los ochenta, sus valores. La emoción, para un experto en el suspense como Dani de la Torre, calienta por una vez el corazón en lugar de enfriar la mente. «Hoy en día está de moda el lado oscuro. Ves 'The Batman' y más oscuro no puede ser. Todo superhéroes, oscuridad, buscando el lado sórdido. Los ochenta eran más naíf, más de verdad, más auténticos, más soñadores. Con las películas soñábamos. No solo con ET, 'Los Goonies' o 'Cuenta conmigo', también 'Karate kid', 'Regreso al futuro'... Películas que veíamos y nos hacían soñar, nos hacían mejores», reivindica el director. Y lo hace emocionado, con un brillo que no es solo el destello del cristal de sus gafas.

«Es una película que sacó de mí cosas que no conocía, me hizo conectar con el adolescente que era, que fui, y conocerme un poco mejor; saber de dónde venían mis taras», dice, agradecido también por la generosidad de Albert Espinosa, a cargo del guion, por entregarle la historia, por dejarle llevársela a Galicia y hacerla «especial».

El regalo se lo devolvió Dani de la Torre poniendo un poco de sal para evitar que 'Live is Life. La gran aventura' encajara mejor con palomitas que como un postre. «Albert es muy positivo, todo con los sentimientos a flor de piel; yo soy muy 'padentro' y me cuesta más expresar los sentimientos, me da como rubor. Mezclamos bien porque yo le quité esa parte excesiva, más empalagosa, quizás porque no iba conmigo», admite en una entrevista con ABC.

Tampoco va con él «emocionar al espectador subiendo la música o forzando una secuencia de lloro»; su don, o al menos su intención, es recuperar ese ritual del cine en familia, que «viajen por la película y se emocionen donde quieran». «Quería contar un cuento de los ochenta, pero no meter solo lo bueno. Esta película es positiva y refuerza los valores pero no se escapa de los problemas», cuenta.

Tampoco él, que ha vuelto a donde vio morir a tanta gente cercana por las drogas, «la lacra de la época», pero también a la casa familiar. A conocer «de verdad» a su padre, que esperaba donde lo había dejado a los dieciocho; a despedir para siempre a su madre, que se fue inevitablemente más tarde, pero siempre demasiado pronto. Y, de paso, a rendir tributo a sus maestros. Con un grupo de chavales, en Galicia en lugar de en América y sí, también con un misterio y bicicletas.

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